Walter Burns es probablemente, junto al supermanesco álter ego Clark Kent, el único periodista ficticio que ha aparecido en la gran pantalla interpretado por diferentes actores. Y es que el clásico teatral “The Front Page” (“Primera plana”), escrito por Ben Hetch y Charles MacArthur y estrenado en Broadway en 1928, ha sido llevado al cine por Lewis Milestone (1931), Howard Hawks (1940, bajo el titulo “His girl Friday”) y Billy Wilder (1974), además de contar con varias versiones en la televisión norteamericana. Por no hablar de una cuarta versión cinematográfica de Ted Kotcheff (“Switching channels”, 1988), que cambia el sórdido mundillo periodístico del Chicago de pre-guerra por la más glamurosa televisión de finales del siglo XX, y en el que tanto Burns como el resto de protagonistas ven alterados los nombres originales con los que les bautizó el dúo Hetch/MacArthur.
El gran Adolphe Menjou fue el primer encargado de encarnar al fullero y astuto caradura que dirige un periodicucho sensacionalista en la ciudad de Al Capone. Pero son sin duda Cary Grant y Walter Matthau quienes han legado las más inolvidables interpretaciones de un auténtico arquetipo: el del director sin escrúpulos, ególatra, manipulador, amoral, capaz de vender su alma al diablo con tal de conseguir una historia que, convenientemente simplificada y adaptada a su peculiar criterio, acabará convertida en un titular de trazo grueso.
Cary Grant protagoniza la comedia de Hawks con su inimitable pose de cínico encantador, un tipo al que invitarías a comer un minuto después de que te robe la cartera.
Sin embargo, una de las notas distintivas de “His Girl Friday” (misteriosamente re-titulada en castellano “Luna nueva”) es la reconversión sexual de Hildy Johnson, co-protagonista de la historia, que es aquí no solamente la pluma más brillante del periódico, sino también… ex-mujer de Walter Burns. De este modo, sin perder su vocación de vender periódicos a cuenta de la patética peripecia de un infeliz condenado a la horca, Burns/Grant tiene aquí una motivación extra y diría que principal, como es la de recuperar a Hildy/Rosalind Russell, que está a punto de casarse con un agente de seguros.
Por el contrario, el malencarado director que encarna magistralmente Walter Matthau en la versión de Billy Wilder solo persigue la gloria de la exclusiva, el récord de tirada y la edición extra en los tiempos en los que los periódicos se voceaban en la calle. Quiere, por supuesto, recuperar para la causa a su reportero-estrella (Jack Lemmon en otro de sus grandes papeles a las órdenes de Wilder), pero le trae sin cuidado que éste se convierta en un desgraciado. Es decir, en un reportero, en alguien cuya vida describe, con conocimiento de causa y sin medias tintas, el propio Hildy: “Sin hogar, ni familia, ni amigos; comiendo a base de alubias de lata frías, y durmiendo en el sofá de la redacción cinco noches a la semana”.
Los “principios éticos” del personaje y su concepción del periodismo se resumen bien en una escena que se desarrolla en su “pecera” de la redacción del Examiner:
Las peculiares prioridades informativas de un director que, como se señala en el hilarante epílogo de los créditos finales, se dedicará tras la jubilación a ofrecer charlas sobre la ética del Periodismo -ese oxímoron- en la Universidad de Chicago, aparecen en todo su esplendor en otra escena de la película:
Hablamos de un tipo que interpreta la realidad en función del indecente titular a que pueda dar lugar, que aspira a dar nombre a alguna gran avenida, que miente, amenaza, chantajea, se hace pasar por agente de la ley para desacreditar a su mejor amigo, le acusa con falsas pruebas para romper su matrimonio…
La pregunta es: ¿Por qué nos cae tan bien este canalla impresentable?
El profesor de la Universidad del País Vasco Simón Peña Fernández, en un estudio sobre la imagen de los profesionales de la información en el cine del enfant terrible vienés, apunta una posible explicación (con mis disculpas por cualquier posible error en la traducción del original en inglés):
“A pesar de su descripción cruda y severa del mundo del periodismo, la nostalgia por la que fue su profesión se expresa en el cine de Billy Wilder a través de una visión romántica, vocacional y obsesiva, en la que la mucho más grave corrupción por parte del poder político justifica en última instancia el trabajo periodístico, y reafirma el papel esencial que desempeña en la sociedad”.