Una afirmación tan difícil de consensuar en estos tiempos, en términos puramente mediáticos, es la que encabeza el párrafo final de un bellísimo relato de James Joyce, «Los Muertos«, incluido en su colección «Dublineses«.
Yes, the newspapers were right: snow was general all over Ireland. It was falling softly upon the Bog of Allen and, further westwards, softly falling into the dark mutinous Shannon waves. It was falling too upon every part of the lonely churchyard where Michael Furey lay buried. It lay thickly drifted on the crooked crosses and headstones, on the spears of the little gate, on the barren thorns. His soul swooned slowly as he heard the snow falling faintly through the universe and faintly falling, like the descent of their last end, upon all the living and the dead.
(Sí, los periódicos estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. La nieve caía suavemente sobre el pantano de Allen y, más al Oeste, descendía suavemente hasta las oscuras y amotinadas olas del río Shannon. También caía sobre cada rincón del solitario cementerio donde Michael Furey yacía enterrado. Se amontonaba en las cruces y lápidas torcidas, en las lanzas de la pequeña verja, sobre los espinos resecos. Su alma se desvaneció dulcemente mientras escuchaba caer la nieve imperceptiblemente a través del universo, cayendo ligera, como el descenso de su definitivo desenlace, sobre todos los vivos y los muertos.)
El inolvidable -aunque no muy recordado- John Huston dedicó a este clásico de Joyce su testamento cinematográfico, una joya estrenada cuatro meses después de su fallecimiento, que hace honor a la obra maestra del escritor irlandés, y que adapta los últimos párrafos del texto -escritos en tercera persona- a un monólogo de su protagonista, el culto, educado y emocionalmente frustrado Gabriel Conroy. Una conmovedora reflexión, que habla de la tristeza y de la muerte con arrebatadora belleza.
