Aunque rara vez reflejen la realidad vital y profesional de los informadores de carne y hueso, el cine -especialmente el cine americano- ha creado una interesante colección de personajes basados en estereotipos periodísticos. Abundan las listas, jerarquías y clasificaciones pero, como finalmente casi todas se basan en gustos personales, no está de más añadir alguna apreciación subjetiva acerca de las caracterizaciones más logradas. De modo que, sin ánimo de establecer escalafones, ¿por qué no empezar citando al más citado como mejor director de todos los tiempos?
«The Man who Shot Liberty Valence» (1962), paradigma del Western Crepuscular, es una admirable película del Oeste que acaba con las películas del Oeste: es el relato de una monumental falsedad, y de cómo, a través de ella, la modernidad y la civilización conquistan definitivamente el espacio de los pistoleros sin ley. Primera y única ocasión, además, en la que el cowboy arquetípico por antonomasia (John Wayne, El Duque), acaba con «El Malo» (un Lee Marvin inconmensurable) a traición, casi por la espalda.
Junto a un remarcable contrapunto en la historia del género, el viejo Jack Ford incluyó dos referencias destacables al mundo del periodismo. Una es la admisión del director de un periódico de que la prensa no siempre publica la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad: «This is the West, Sir. When the legend becomes fact, print the legend» («Señor, esto es el Oeste: cuando la leyenda sustituye a la realidad, se publica la leyenda»). La frase ha hecho fortuna, y ha llegado a titular una excelente biografía del propio John Ford. Pero la segunda referencia periodística es mucho más entrañable.
Dutton Peabody es -como nos recuerda él mismo reiteradas veces a lo largo de la película- fundador, editor, director y reportero del «Shinbone Star» (Shinbone es el imaginario pueblo de mala muerte donde se desarrolla la acción, que uno imagina con un censo en ningún caso superior a las 500 almas). Y es también uno de esos inigualables borrachos de las películas fordianas, que brillan con luz propia apoyados en una gran interpretación (en este caso a cargo de Edmond O’Brien) y en un guión magistral. Véase, por ejemplo, la escena en la que el patético juntaletras, bajo los efectos estimulantes del whiskey de garrafa, se dirige a sus conciudadanos asumiendo las funciones del Cuarto Poder: «¡Buenas gentes de Shinbone! Yo, yo soy vuestra conciencia, soy la vocecita que resuena en la noche, soy vuestro perro guardián que aúlla frente a los lobos, yo, ¡soy vuestro confesor! Yo… yo soy… ¿qué más soy?«, pregunta a Tom Doniphon -el personaje que interpreta Wayne-, que asiste divertido a su perorata. A lo que éste responde con una sugerencia: «¿El borracho del pueblo?«.
Peabody también sabe ser autocrítico y, ante una elogiosa presentación por parte del presidente de una asamblea electoral, reconoce: «Fundador, propietario, director… y también encargado de barrer el local«. Y tiene su momento de gloria -más bien patética, pero gloria al fin y al cabo- cuando sufre las iras del villano, que acude a visitarle a la sede del «Shinbone Star» para ejercer una muy peculiar variante del Derecho de Réplica acompañado de sus secuaces (nada menos que un contenido Lee Van Cleef antes de convertirse en icono del Spaghetti Western, y un excelente Strother Martin, siempre impagable en sus papeles de villano perturbado).
La escena es memorable, con Peabody llegando tambaleante al «Shinbone Star» acompañado de su garrafa de agua de fuego y recitando nada menos que el «Enrique V» shakesperiano. Al descubrir a los rufianes, y envalentonado con los vapores del aguardiente, aún tiene agallas para recibirles con un desafiante «¡Liberty Valence… y sus esbirros!«, para seguidamente hacer un juego de palabras que no será del gusto del forajido: «Liberty Valence tomándose libertades con la Libertad de Prensa«. Sigue una soberana paliza -en cuyo transcurso el periodista «se come» literalmente sus palabras y es sádicamente azotado por Valence-, junto con el destrozo de las instalaciones del periódico. Una escena de dos minutos y medio que contiene buena parte de la ética y la estética que hacen inconfundible al legendario director de westerns.
Cuesta imaginar cómo actuaría un Dutton Peabody de carne y hueso en el complejo ámbito de la comunicación en nuestros días: ¿Seguiría reivindicando la independencia de la prensa ante los poderosos y los forajidos? ¿Mantendría la edición impresa del «Shinbone Star» o se pasaría a la digital? Lo que está claro es que su inclinación al consumo inmoderado de alcohol y de tabaco le acarrearían más de un problema. Y es poco probable que fuese entrevistado por Bertín Osborne.