Voy a hacerle una oferta que no pueda rechazar: ponga a un periodista a trabajar para su empresa

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  • Tom Hagen, personaje de "El Padrino"

Voy a hacerle una oferta que no pueda rechazar: ponga a un periodista a trabajar para su empresa

Dado que el nivel de autoestima de la profesión no pasa por su mejor momento (o no ha pasado nunca por él, recuérdese el aforismo “Soy periodista, pero mi familia cree que me gano la vida tocando el piano en un burdel”), quizás haya llegado la hora de reivindicarse. Y qué mejor que hacerlo con un clásico cinematográfico. Más aún: EL clásico de los años 70. El Padrino.

Del genial guión elaborado en comandita por el director –Francis Coppola– y el autor de la novela en la que se basa la película –Mario Puzo-, hay una cita que ha hecho fortuna: “Voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar”. De aquí a un mal despertar hay apenas un paso:

A los muchos fans de la película no hay que recordarles que el tipo del pijama satinado es un productor de Hollywood que se ha negado a contratar a un crooner en horas bajas y ahijado de Don Vito, Johnny Fontane. A quien, por cierto, la leyenda negra describe como un remedo de Sinatra y de sus más o menos estrechas relaciones con el hampa italoamericana.

Resumiendo: la oferta-que-no-se-puede-rechazar es en este caso un mal negocio, un cantante sin voz que es además un despreciable depredador sexual. Lo interesante es quién la presenta, un personaje muy peculiar dentro de la saga de los Corleone: Tom Hagen, interpretado por el siempre impecable Robert Duvall.

Hagen es una contradicción viviente, una especie de outsider metido en el corazón del engranaje mafioso. Es irlandés, una nacionalidad poco apreciada por los italianos en el Nueva York de su infancia. Un niño de la calle que fue adoptado casi como un hijo por el capo de la familia. Pero solo “casi”: conserva su apellido, y su tez pálida y cabello rojo delatan que nunca podrá ser un Corleone pata negra.

De hecho, se comporta de una manera poco ortodoxa para los estándares sicilianos: es tranquilo y educado; va siempre elegantemente vestido; nunca se despeina ni se exhibe en camiseta; no hace alarde de las armas de fuego, y parece llevar una vida marital convencional.

Su papel es, sobre todo, dar consejos. De hecho parece el consigliere cuyo criterio más parece apreciar Don Vito y, con sus más y sus menos, también su heredero Michael Corleone. Es la mesura personificada, ¡es abogado!, y su misión en la vida parece clara: templar gaitas, evitar problemas y tratar –sin éxito- de que sus hermanastros no se metan en líos y acaben ametrallados en un peaje de autopista. De alguna manera, Hagen es quien hace ver a los Corleone que hay un mundo ahí fuera, y que hay que tenerlo en cuenta aún cuando el círculo familiar sea siempre prioritario.

No quiere decirse que el tipo carezca del talante despiadado que caracteriza a un mafioso como es debido. De hecho, el recurso al caballicidio revela un personal -y difícilmente igualable- grado de sofisticación criminal. Pero siempre sin una palabra más alta que la otra, los modales ante todo, y utilizando en primer término argumentos civilizados. Lógicamente, cuando alguien no atiende a razones no queda más remedio que adoptar medidas contundentes. Pero nada de gritos o amenazas extemporáneas: conservemos las buenas maneras.

Alguien se estará preguntando -con buen criterio- qué tienen que ver con la reivindicación de la profesión periodística las loas a este peculiar personaje de los bajos fondos neoyorquinos. No mucho, pero puede valer como un símil (un poco rebuscado, admitámoslo).

Que los periodistas desarrollen su labor en un medio informativo no llama la atención: es lo más natural del mundo. Pero cuando entramos en el terreno de la comunicación en un sentido más amplio, y en concreto en el de la comunicación corporativa, la cosa se complica.

Hay muchos responsables de empresa que se preguntan qué diantre puede aportarles alguien acostumbrado a -o formado para- lidiar con los sucesos del día, con las ruedas de prensa de los políticos, las lesiones de los futbolistas, las guerras, las manifestaciones callejeras, las encuestas de opinión, las inclemencias del tiempo, los viajes al espacio, los espectáculos de moda, el cambio climático, los plenos municipales o la cuenta de twitter de Donald Trump.

La respuesta es, mutatis mutandis, Tom Hagen. Lo que un periodista puede proporcionar es un punto de vista externo, una cierta dosis de mesura, un buen conocimiento de con quién se juega los cuartos en cada momento, la capacidad de aprovechar las oportunidades, de evitar en lo posible los problemas, de intermediar… y por supuesto de conseguir resultados. En el ámbito concreto en el que se mueve, como es natural.

En el universo de los medios de comunicación hay de todo, y en ocasiones hay que lidiar con remedos de los Tattaglia, los Barzini o los Stracci. Hay que conocer el terreno que se pisa para no acabar -mediáticamente hablando- estrangulado con un alambre o tiroteado junto a un puesto de fruta.

En la obra maestra de Coppola, el fiable Tom nunca está en la primera línea del tiroteo, ni a cargo de los espagueti cuando hay que ocultarse unas semanas al abrigo de las redadas tras una balasera. Pero, al estilo de otro emblemático personaje cinematográfico -en este caso el Señor Lobo de “Pulp Fiction– se dedicará a lo suyo, a “solucionar problemas”. Obviamente, partiendo de dos presupuestos básicos en el personaje de la saga coppoliana: un profundo conocimiento de “la casa”, y una relación de absoluta confianza con el capo.

Todo ello, naturalmente, en el caso de que la empresa sea consciente de la importancia, del valor y de las ventajas (y, por qué no, también de los riesgos) que conlleva estar presente en los medios de comunicación como protagonista informativo.

Si no es ése el caso, olvidémonos de “El Padrino”, y remitámonos a otros clásicos del celuloide como, pongamos por caso, “El Hombre Invisible”.