El cineasta Luis Buñuel cerró sus más que recomendables memorias («Mi último suspiro«, 1982) con una reafirmación de su falta de fe en la trascendencia de la existencia humana. Pero fantaseaba, en el último párrafo del libro, con una peculiar quimera post-mortem. «Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. (…) pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba«.
A estas alturas de la historia, cabe dudar de que el fantasma del genial Sordo de Calanda, en su cuarta visita al quiosco (falleció en 1983), vaya a obtener alguna satisfacción. Los periódicos, y la realidad que nos rodea, comienzan a ser incomprensibles para no contemporáneos. Ya no se trata de que se hayan alcanzado progresos tecnológicos inimaginables en el pasado, sino de que, pura y simplemente, nuestro contexto cotidiano empieza a ser ininteligible para los no iniciados.
Un sencillo ejemplo es una de las noticias publicadas hoy (19 de abril de 2017) por el diario «El País» en su primera página.
Facebook pasa de la realidad virtual a la realidad aumentada
Mark Zuckerberg dispara directamente contra Snapchat
El texto completo de la noticia está aquí.
¿Cómo explicar al espectro de un difunto (no ya de un fallecido en los años 80 como Buñuel, sino incluso de quienes pasaron a mejor vida en los primeros años del siglo XXI) qué es Facebook o Snapchat, la Realidad Aumentada, o un «desarrollador de una red social«? ¿Cómo hacerle entender, simple y llanamente, de qué habla la noticia?
Paradojas de la vida (o de la muerte, en este caso), Buñuel fue tildado a menudo de hermético y arcano, de contenido indescifrable para la mayoría de sus coetáneos.