Recuerda que eres humano (también en los negocios)

Inicio/Blog, Citas, Comentarios, Comunicación/Recuerda que eres humano (también en los negocios)

Recuerda que eres humano (también en los negocios)

Tiene casi un año este interesante artículo publicado en el diario digital norteamericano especializado en elmundo de los negocios «The Business Journals«. Bajo el título, «La arrogancia y los negocios no casan», habla sobre un riesgo inherente a las empresas exitosas, y podría trasladarse sin dificultad a las políticas de Comunicación en esas mismas compañías. El texto está firmado por Harvey Mackay, autor de best-sellers como “Nadar entre tiburones sin ser devorado” o “Cuidate del hombre desnudo que te ofrece su camisa”, ambos títulos se encuentran en la lista libros sobre negocios favoritos del «New York Times«. Han vendido 10 millones de ejemplares en 80 países, y ha sido traducidos a 46 idiomas. Traducido al castellano, el artículo dice lo siguiente:

Hace mucho tiempo vivía en un pequeño pueblo un joven al que nada agradaba más que tomar parte en competiciones atléticas. Como estaba en forma y era fuerte, casi siempre triunfaba, y se acostumbró a disfrutar con la adulación de que era objeto por parte de los aldeanos que le rodeaban.

Un día retó a dos jóvenes a una carrera de una punta a otra del pueblo. Todos se alinearon para contemplarla. El chico ganó, y la gente del pueblo le vitoreó.

“¡Otra carrera!”, reclamó el joven, ávido de más adulación. “¿Quién más quiere competir conmigo?”.

Otros dos jóvenes se ofrecieron, y de nuevo el chico venció con comodidad. Rió lleno de orgullo mientras los aldeanos le vitoreaban, aunque en esta ocasión con algo menos de entusiasmo.

“¿Quién más quiere medirse conmigo?, dijo el chico. “¡Venga!, ¿es que todos tenéis miedo?”.

Una anciana que contemplaba las carreras se molestó ante la arrogancia del joven. Así que incitó a dos ancianos a desafiarle. Apenas parecían capaces de llegar hasta la línea de salida, pero sí dispuestos a competir.

“¿Qué significa esto?”. El chico estaba perplejo. ¿Cómo podía ganarse el ansiado aplauso derrotando a dos viejos que apenas podían dar dos pasos sin tambalearse?

La anciana se le acercó y le susurró al oído: “¿Quieres que te aplaudan por esta carrera?”.

“Por supuesto”, dijo el muchacho.

“Llegad a la meta a la vez”, dijo la mujer. “Simplemente terminad juntos”.

El joven así lo hizo y recibió el mayor aplauso de su vida cuando los tres alcanzaron la meta al mismo tiempo.

La arrogancia es letal

Aquel día el joven aprendió una lección muy valiosa. A nadie le gusta la arrogancia. ¿Has trabajado alguna vez con alguien arrogante? No es una experiencia placentera.

De entre todos los defectos humanos que pueden destruir a una persona o a una empresa, la arrogancia es el más letal. Es el que más fácilmente se adquiere, el más sencillo de justificar y el más difícil de reconocer en carne propia. La arrogancia puede infectar a toda a plantilla de una empresa con la silenciosa capacidad destructora de un virus informático.

Herb Kelleher, director de Southwest Airlines ya jubilado, entendió que la arrogancia es el mayor de los peligros para una compañía exitosa. Dijo: “Una empresa nunca es tan vulnerable a la autocomplacencia como cuando está en la cima del éxito”.

Kelleher comenzó su carta anual a los empleados correspondiente al año 1993 describiendo la mayor amenaza para Southwest Airlines en los años 90 en estos términos: “¡La amenaza número 1 somos nosotros mismos!”. Y continuó en estos términos: “No debemos permitir que el éxito alimente la autocomplacencia, la arrogancia, la codicia, la pereza, la indiferencia, la preocupación por lo innecesario, la burocracia, la jerarquía, las disputas internas o la ignorancia de las amenazas que plantea el mundo exterior”.

Confundir confianza con arrogancia

No tiene nada de malo que estés orgulloso de tu empresa y del trabajo que en ella desempeñas. De hecho, si no te enorgulleces de tu trabajo, es muy probable que no estés haciéndolo lo mejor que puedes. Pero el orgullo no es arrogancia.

La arrogancia se define como aquella conducta que tiene por objeto exagerar el sentido de superioridad de una persona a través del desprestigio de los otros. No es lo mismo que el narcisismo, que se basa en la auto-admiración. Tampoco la arrogancia es sinónimo de autoconfianza, que en mi opinión es un rasgo positivo.

Por desgracia, hoy en día muchos líderes confunden autoconfianza y arrogancia. La confianza en las propias capacidades es crítica para la disposición de asumir riesgos a la vez que se mantiene el timón del barco. La arrogancia asume riesgos en la creencia de que todo el mundo embarcará incluso sabiendo que la nave tiene un agujero en el casco.

Según un artículo publicado en “The Industrial-Organizational Psychologist”, las personas arrogantes exageran su auto-importancia y se ven a si mismas como mejores que el resto, lo cual supone que se creen más expertos que el resto, que consideran aceptable su propia conducta, que hacen a otros sentirse inferiores, que se auto-exculpan y hacen culpables a otros, que menosprecien comentarios ajenos, que no hacen bien su trabajo y que están menos predispuestos a ayudar a otros.

Yo añadiría a esta lista que las personas arrogantes con presuntuosas, evitan el contacto visual, a menudo interrumpen las conversaciones, parecen disponer de una opinión o una respuesta para todo y no tienen inconveniente en desacr1editar a sus competidores.

Si te reconoces practicando alguna de estas acciones ofensivas, revisa tu conducta. Es casi imposible ser un jugador de equipo si te crees mejor que cualquiera de los de tu alrededor. Más pronto que tarde, te encontrarás en busca de nuevo equipo. Y más te vale esperar que tu reputación no te preceda.

Como dijo Elvis Presley: “Si dejas que tu cabeza crezca demasiado, acabarás desnucado”.

Moraleja de Mackay: No permitas que la arrogancia se interponga en el camino hacia “acabar juntos”.

En resumidas cuentas, un sabio consejo que nos retrotrae al mundo clásico, a una saludable costumbre romana en la ceremonia del desfile triunfal. Cuando el caudillo militar de turno entraba en la capital del imperio vitoreado por el pueblo, un esclavo -el mismo que le acompañaba en el carro para sujetar la corona de laurel que celebraba su victoria- le susurraba al oído: «¡Hominem te esse memento!«, «Recuerda que eres solo un hombre».

Un recordatorio oportuno también en el área concreta de la Comunicación Corporativa. Porque la soberbia y la arrogancia no son, en efecto, las mejoras credenciales a la hora de dirigirnos a los profesionales de la información… ni a los destinatarios finales de nuestros mensajes.