Periodistas «de película» (6): Maxwell Scott

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Periodistas «de película» (6): Maxwell Scott

Si Dutton Peabody fue el personaje que abrió esta galería de informadores de ficción, es interesante destacar que en la misma obra maestra de John FordEl hombre que mató a Liberty Valence«) aparece algún que otro plumilla más. Pero el más interesante de todos es precisamente el sucesor de Peabody al frente del «Shinbone Star», Maxwell Scott. Director de este arquetípico periódico provinciano, se sitúa justamente en el extremo opuesto en cuanto maneras y estilo de ejercer la profesión.

Frente al bebedor, mal vestido, shakespeariano y en último término valiente pionero, que arriesga su integridad física por publicar una noticia, quien está al frente del periódico por él fundado varias décadas después es un profesional de muy diferente perfil: sobrio, elegante, mejor conocedor del currículum de un político que de los versos del bardo de Stratford… y dispuesto a vender la legitimidad de una historia periodística por el plato de lentejas de la conveniencia política. Todo lo cual no es óbice para que mantenga un retrato de su predecesor en un lugar de honor en las dependencias del periódico.

En los labios de Scott pone precisamente Jack Ford una frase que se ha convertido en una de sus señas de identidad:

«This is the West, Sir; when the legend becomes fact… Print the Legend!«

Esto es el Oeste, Señor; cuando la leyenda se hace realidad… ¡Publicamos la leyenda!«)

Toda una declaración de principios, o más bien de anti-principios, periodísticos: la pseudo-realidad preferida por el público antes que la realidad constatada. O, como reza el más cínico de los aforismos de la profesión: Que la realidad no te estropee un buen titular.

Lo curioso es que el personaje interpretado por Carleton Young no aparece descrito como un malvado, un inmoral o un aprovechado. En una película que desmitifica el Oeste americano a través de esos mismos mitos, Maxwell Scott aparece simplemente como un agente que contribuye a que las cosas sean «como tienen que ser», a que no se cuestione el statu quo, los tópicos sobre los que se asienta la comunidad, o «las bases de nuestra convivencia», por utilizar una expresión política que nos es más cercana. El periodista que exige en primera instancia al senador el derecho a conocer la verdad es el mismo que arranca la hoja de anotaciones de su reportero, la hace pedazos y seguidamente la arroja al fuego. Porque esa verdad no conviene, no gusta, no es coherente con los tópicos bajo los que funciona la comunidad, no es políticamente correcta.

Entre esos dos momentos en los que el periodista cambia diametralmente de postura se produce el flashback que encierra las historia de Ransom Stoddard (James Stewart), el hombre que –SPOILER ALERT– en realidad NO mató al malvado Liberty Valence pero se llevó la gloria y a la chica, y la de Tom Doniphon (John Wayne), el tipo que realmente libró a la comunidad del forajido, y acabó muriendo en el anonimato, en una casa nunca concluida, con la única compañía de su criado negro y de una flor de cactus.

Rodada en blanco y negro en 1962 -cuando ya no se rodaba en blanco y negro-, es una película profundamente marcada por la tristeza y el desengaño, una especie de epílogo a los Westerns de un John Ford que, tras haber contribuido como nadie a la mitología del cowboy, parecía querer cerrar ciclo con Liberty Valence. De hecho, solo volvería a los escenarios del Salvaje Oeste para rodar «El Gran Combate«, un último homenaje -también éste con un poso de tristeza- a las tribus originarias de Norteamérica.

En todo caso, la secuencia en la que el periodista «traga» y prefiere la leyenda a la noticia se ha convertido en un pequeño clásico dentro de un gran clásico, que nunca está de más volver a visionar: