Si Walter Burns es un periodista de ficción interpretado por diferentes actores (http://intermedia.eus/periodistas-de-pelicula-2-walter-burns/) Humphrey Bogart es un actor de carne y hueso que interpretó en diferentes ocasiones a periodistas. Uno de ellos, el infame Eddie Willis de “Más dura será la caída”, es un comunicador adelantado a su tiempo, un periodista que pasa de recoger noticias a proporcionárselas a los medios, y una figura que representa nuestro lado oscuro, el Darth Vader de los Gabinetes de Comunicación.
Dejando a un lado “Pasaje para Marsella” (Michael Curtiz, 1944), en la que el personaje que interpretaba Bogie, aunque periodista de profesión, es un héroe de la Resistencia francesa que escapa de la Isla del Diablo para luchar contra los nazis, son dos los papeles directamente relacionados con el negocio de las noticias que han marcado la filmografía el actor neoyorquino.
El primero es el protagonista de “Deadline USA” (titulada en castellano “El Cuarto Poder”, y dirigida por Richard Brooks en 1952), película en la que Bogart encarna a un director de periódico casi angelical, que sólo parece adquirir condición humana por su afición a los licores y su adicción al tabaco. En efecto, Ed Hutcheson lidera el insobornable “The Day” con todas las virtudes que deben adornar a un periodista de cuento de hadas: indómito frente a los poderosos, los anunciantes y hasta los dueños del periódico, incluso en los momentos en los que el diario está a punto de ser vendido; solidario con sus redactores; y dispuesto a arriesgar su felicidad personal con tal de cumplir la sagrada tarea de informar.
Humo de tabaco por doquier, tantos sobreros de fieltro como cabezas masculinas y cantos a la libre empresa se entrelazan en los momentos clave con las notas del Himno de Batalla de la República (“¡Gloria!, ¡Gloria!, ¡Aleluya!”). Para colmo, Humphrey recupera a la chica en la última escena, mientras echa a andar la rotativa que pondrá en su sitio al mafioso Renzi -interpretado por Martin Gabel-, al que espeta una de esas frases épicas y un tanto acartonadas: “That’s the Press baby, the Press, and there’s nothing you can do about it” (“Es la prensa, nene, la Prensa, y no hay nada que puedas hacer al respecto”).
Un edulcorado clásico de aquel Hollywood en blanco y negro de los primeros años 50, en los que el protagonista de “Casablanca” interpretaba con el mismo personalísimo talante a todos sus personajes (con la única excepción del entrañable borracho y patético capitán de bote fluvial de “La Reina de África”).
Cuatro años después de “Deadline USA”, Bogart se vuelve a poner en la piel de un periodista, a las órdenes de Mark Robson en el clásico “Más dura será la caída”. Pero esta vez, durante buena parte del metraje, su personaje (Eddie Willis) solo tiene en común con su antecesor la afición a llevar pajarita y el sempiterno pitillo en los labios. Con la salvedad del obligado happy end, la cinta está, tristemente, mucho más apegada a la realidad de la profesión, y se detiene en retratar las miserias de lo que hoy en día llamaríamos (¡glubs!) un gabinete de comunicación.
Willis es un periodista en paro, antiguo columnista deportivo de prestigio, al que otro mafioso (un magnífico Rod Steiger) encarga la tarea de convertir en aspirante al cinturón mundial de los pesos pesados a un paquete, a un coloso argentino bastante infantiloide, con mandíbula de cristal e incapaz de conectar un crochet a un indefenso saco de arena.
Nuestro entrañable Humphrey se convierte aquí en un manipulador en toda regla, que trata de “vender” a sus compañeros de profesión al inofensivo gigante como el exótico “Salvaje de los Andes”, incluyendo métodos tan poco edificantes como el chantaje emocional a un antiguo colega.
Los remordimientos de conciencia, los reproches de su mujer y, sobre todo, el reiterado maltrato al que se ve sometido el inocente Toro Moreno reconvierten finalmente al plumilla, que abandona su papel de intoxicador para pasarse al periodismo de denuncia y desafiar a los mafiosos. En la última escena iniciará desde su casa y en su vieja máquina de escribir el relato de la iniquidad en la que ha participado, que encabezará con el título de la película, tomado a su vez de la expresión inglesa “The bigger they are, the harder they fall”, algo así como “cuanto más grandes, más gordo es el tortazo”.
Curiosamente, la traducción de las primeras líneas de su alegato constituyen una de las más demenciales traducciones de las que están plagadas las cintas dobladas al castellano: mientras que en pantalla vemos escrito en inglés “El negocio del boxeo debe librarse de la perniciosa influencia de mafiosos y representantes deshonestos, aunque para ello sea necesaria una ley del Congreso”, la profunda voz en off del doblador del viejo Humphrey nos anuncia impertérrita: “El boxeo debería ser declarado ilegal en los Estados Unidos, aunque para lograrlo tuviera que intervenir el Congreso”. Lo curioso es que, en este caso, ni siquiera se trata de una «adaptación» justificada para acompasar el movimiento de los labios de los actores, puesto que se trata de un plano fijo sobre una hoja escrita a máquina.
Casi mejor así, al fin y al cabo se trata de una cinta sobre manipuladores…