Por una de esas inexplicables derivas de la navegación en Internet, puedes acabar fondeando en los más extraños y sorprendentes destinos. En ocasiones, en las antípodas del interés que te llevó a iniciar la singladura; otras, acabas reencontrándote con paisajes familiares en el puerto más insospechado.
Esta cursi introducción marinera viene a cuento de un titular que, como no podía ser menos en alguien que se dedica a la Comunicación, ha atraido mi atención ipso-facto:
ELEGIR NO COMUNICAR ¿REALMENTE UNA OPCIÓN?
Probablemente un argumento de peso para potenciales clientes reticentes, de esos que contestan con un “no utilizamos ese tipo de servicios”, un “ya invertimos en publicidad convencional”, un “no queremos dar pistas a la competencia”, un “nos ha ido bien sin salir en las noticias” o un más contundente y descorazonador “no nos interesa”.
De modo que, a la caza de bazas para el argumentario, es inevitable una primera dosis de frustración cuando resulta que la web en cuestión no es la de un gurú de las relaciones públicas, el marketing y la comunicación corporativa… sino el de un gabinete psicológico. De Valencia, por más señas. Así que te pones a leer con cierta desgana y ese rictus propio de la lectura de los números premiados en la lotería. Hasta llegar a un párrafo ciertamente interesante:
«Pero, ¿es posible no comunicar? La Escuela de Palo Alto en su Teoría sobre la Comunicación Humana sostiene como primer principio la imposibilidad de no comunicar.
Es por todos conocido que nuestros mensajes están compuestos no sólo por las palabras, sino también por el tono empleado, el ritmo, etc. También el silencio, la postura, la mirada, los diferentes gestos y la propia imagen forman parte del mensaje y este componente no verbal representa más del 70% del mismo.
Vemos que con el “simple” hecho de estar en una situación de interacción estamos dando un mensaje, aunque ni tan siquiera tengamos intención de comunicarnos.
Así, elegir “no comunicar” no sólo no es una buena solución para obtener los cambios deseados en las relaciones personales, sino que no es posible.»
En otras palabras: el “no comment” de un político rodeado de reporteros a raíz del último escándalo es más que elocuente; la negativa de los altos mandos militares a comentar el número de víctimas de un bombardeo es reveladora; si una empresa implicada en un escándalo medioambiental da la callada por respuesta, nos hacemos una idea de su grado de implicación; y si cualquier personaje público responde con el clásico “ni confirmo ni desmiento”, todos inferimos que detesta tener que confirmar lo que no puede desmentir.
Ahora bien, ¿qué ocurre en casos menos críticos, menos conflictivos? ¿Qué pasa cuando quien no comunica es una empresa de larga y brillante trayectoria, una institución respetada, un personaje público libre de toda sospecha?
Muchos colegas de este relativamente nuevo gremio de la Comunicación, algunos de los gabinetes de prensa más prestigiosos, buena parte de los mejores y más cualificados expertos en transmitir/filtrar/gestionar/valorar la información que se facilita a los medios de comunicación, lo tienen claro: “Si no comunicas estás muerto”, “Si no comunicas, no existes”, “Si no comunicas, estás en desventaja respecto a tu competencia”, “Comunicar no es una opción, sino una obligación”…
Pues bien, dejando claro que cada caso es diferente, y que no quiero (ni puedo, ni debo) tirar piedras contra mi tejado, yo diría que hay bastantes casos de empresas o instituciones que viven sin comunicar, existen sin comunicar, triunfan frente a su competencia sin comunicar, y desde luego ejercen la opción de no comunicar. Solo que yo diría que lo que hacen es más bien NO INFORMAR, pero sí están comunicando. Y si los amigos psicólogos valencianos afirman que “el silencio, la postura, la mirada, los diferentes gestos y la propia imagen forman parte del mensaje y este componente no verbal representa más del 70% del mismo”, no creo que vaya muy descaminado si afirmo que las empresas y los agentes sociales que se encierran en su concha protectora están transmitiendo un mensaje bastante potente, un punto ambiguo y desde luego muy difícil de controlar. ¿Sería exagerado afirmar que esa ausencia de transparencia puede provocar recelos, sospechas, desconfianza entre sus interlocutores? Y que entre ellos pueden encontrarse no ya únicamente los medios de comunicación, sino ocasionalmente las administraciones públicas, sus fuentes de financiación, sus propios accionistas y trabajadores, sus proveedores y clientes, la sociedad en su conjunto, en fin.
Yo diría, en conclusión, que la realidad demuestra que no comunicar sí que es una opción. Pero que es un mal negocio.
P.D.: con indisimulado agradecimiento al Gabinete psicológico Avanza de Valencia http://gabineteavanza.com/