Desde el 10 de marzo de 2017, entre las más de 2.600 estrellas del Paseo de la Fama de Hollywood figura la de un actor inconmensurable en el más amplio sentido de la palabra: John Goodman.
Para los millones de achievers que poblamos el planeta, el Maestro de Ceremonias para la ocasión no podía ser otro que Jeff Bridges, su hermano de sangre en el film noir más desternillante que se ha rodado, casi una nueva versión de El Quijote en la que el caballero de adarga antigua ha engordado unos kilos y vive del subsidio de paro en un lugar de Los Angeles de cuyo nombre no quiero acordarme. Su escudero es un judío sobrevenido que constituye un peligro público, y Dulcinea una pedante aunque encantadora multimillonaria aspirante a artista contemporánea. El caballero de la en esta ocasión desarrapada figura se enfrenta -con bastante desgana, todo hay que decirlo- a sus particulares molinos en la forma de chinos meones, nihilistas germanos, pederastas latinos de sofisticada técnica bolística, elegantes reyes del porno, agentes de la ley decididamente reaccionarios o taxistas amantes de los Eagles.
El discurso:
-Walter… John, es un buen actor, es un buen hombre, Good-Man, sí. Él… es uno de nosotros. Le gusta el aire libre, e interpretar. Como artista, ha explorado escenarios desde Los Ángeles a Nueva York. ¡Tío, estamos hablando de Broadway! Ha hecho también algunas peliculitas extrañas. Y ha vivido, como lo hicieron tantos otros hombres de generaciones anteriores. Es un hombre de su tiempo, un hombre de nuestro tiempo, y se ha convertido en una leyenda. En tu sabiduría, Señor, has vivido a través de John, como lo has hecho a través de tantos otros brillantes, florecientes jóvenes actores antes que él. Hablo de hombres como Clark Gable, Gabby Hayes, Roy Rogers, si nos circunscribimos al rollo del Oeste, o Groucho Marx, Jimmy Cagney… podríamos seguir y seguir, pero ya pilláis la idea: esos hombres han vivido para aquello que amaban, como lo has hecho tú, Walter. Has vivido para la interpretación que tanto has amado. Y es por eso, Walter Sobchak, John Goodman, de acuerdo con lo que creemos que serán tus últimos deseos, te hemos dedicado una estrella en estas aceras de Hollywood, en el seno del Hollywood que tanto amas. Una estrella para ti, una estrella porque te apreciamos tanto… ¿Qué hora es?
-Bastante tarde
-¿Por la tarde?
-Sí
-¡Buenas tardes, mi dulce príncipe!
El sentido aunque fuera de lugar, emotivo pero patoso, shakesperiano a la vez que surfero panegírico del bueno de Donny a cargo de Walter Sobchak, en el que el alter ego de The Dude se ha inspirado para su discurso, es uno de los momentos cumbre de «The Big Lebowski«. Un hilarante a la vez que profundo canto a la amistad forjada en las boleras.
Fuck it Dude! Let’s go bowling!