En estos tiempos del download, del copia-pega y del gratis total en Internet, es de justicia reconocer (con la boca más o menos pequeña, según los casos) el mérito de la autoría, así como garantizar el derecho a la subsistencia a quien se estruja las meninges para que los demás nos beneficiemos de su ingenio.
Ahora bien, la protección de los derechos de autor puede llegar en ocasiones a situaciones ridículas, como la conocida historia de que el chunda-chunda del himno español haya generado millonarios ingresos al arreglista de la melodía y a sus herederos.
En este contexto, y aunque habrá quien lo tilde de radical y extemporáneo, creo se impone una vuelta al marxismo.
No, no al de Karl: al de Groucho.
Cuando los famosos Hermanos –que eran más bien anarquistas- preparaban el rodaje de “Una noche en Casablanca” (Archie Mayo, 1946) fueron seriamente amenazados con ser llevados a los tribunales por otros hermanos, en este caso los Warner Brothers, que cuatro años antes habían producido el clásico protagonizado por Bogart y Bergman.
La ridícula pretensión de que el nombre de una ciudad marroquí fuese propiedad de unos estudios de Hollywood fue respondida por Julius Henry –o sea, Groucho- con una serie de cartas antológicas, de las que no me resisto a incluir algunos extractos que espero no despierten las ansias recaudatorias de sus herederos:
Queridos Warner Brothers:
Al parecer hay más de una forma de conquistar una ciudad y de mantenerla bajo el dominio propio. Por ejemplo, hasta el momento en que pensamos hacer esta película, no tenía la menor idea de que la ciudad de Casablanca perteneciera en exclusiva a los Hermanos Warner. (…) Parece ser que en 1471, Ferdinand Balboa Warner, su tatarabuelo, al buscar un atajo a la ciudad de Burbank (la sede de los estudios Warner en California), se tropezó con las costas de África y, levantando su bastón (que más tarde cambió por un centenar de acciones en la bolsa), las denominó Casablanca.
Sencillamente, no comprenso su actitud. Aún cuando pensaran en la reposición de su película, estoy seguro de que el aficionado medio al cine aprendería oportunamente a distinguir entre Ingrid Bergman y Harpo. No sé si yo podría, pero desde luego me gustaría intentarlo.
Ustedes reivindican su Casablanca y pretenden que nadie más pueda utilizar este nombre sin su permiso. ¿Qué me dicen de “Warner Brothers”? ¿Es de su propiedad, también? Probablemente tengan ustedes el derecho de utilizar el nombre de Warner, pero ¿y el de Brothers? Profesionalmente, nosotros éramos brothers mucho antes que ustedes (…).
Y ahora Jack (Jack Warner, presidente de los estudios), hablemos de usted. ¿Diría usted que es el suyo un nombre original? Pues no lo es. Se utilizaba mucho antes de nacer usted. Sobre la marcha, recuerdo a (…) Jack el Destripador, que se hizo un bonito nombre en su día. En cuanto a usted, Harry (otro de los fundadores de la WB), seguramente firmará sus cheques con la firme convicción de que es usted el primer Harry de todos los tiempos y de que todos los demás Harrys son impostores (…).
Mal enemigo: tras un corto intercambio epistolar, tres demoledoras cartas del bigote falso más famoso de la historia del cine fueron suficientes para acallar al departamento jurídico de la Warner Brothers.
En todo caso, y como conclusión: mucho ojito con utilizar en la web propia textos e imágenes pertenecientes a otros.
P.D.: Los extractos pertenecen a la versión de “Las cartas de Groucho” publicada por Anagrama en 1989 (Cuarta edición, traducción del original de Simon & Schuster de 1967, revisada por José Luis Guarner). Y la imagen que acompaña este post está sacada de la web oficial de Roger Owens, con una legendaria trayectoria de 55 años vendiendo cacahuetes en el Dodger Stadium, sede del equipo de béisbol de Los Ángeles (http://rogerowenspeanutman.com/blog/).