Comunicar de espaldas, a oscuras y con un cristal de por medio (RIP Harry Dean Stanton)

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Comunicar de espaldas, a oscuras y con un cristal de por medio (RIP Harry Dean Stanton)

Acabo de oír en la radio que ha muerto Harry Dean Stanton. O Dean Stanton, el nombre que prefirió usar para identificar buena parte de sus 200 papeles para el cine y la televisión. Y me he dado cuenta de que, justamente mientras agonizaba, yo estaba volviendo a ver «Los violentos de Kelly», en la que interpreta uno de sus infinitos papeles secundarios.

Es impensable no quedarse con su nombre después de haber visto «Paris, Texas». Ese tipo perturbado con su garrafa en medio del desierto, tocado con gorra de béisbol y corbata, y acompañado por la guitarra de Ry Cooder.

No tendría mucho sentido volver a insistir en que la película de Wim Wenders es una obra maestra. Pero, ya que este Blog va de Comunicación y sus aledaños, me vale para subrayar que el director alemán demostró en la escena culminante de la película que transmitir información de la manera más adecuada no siempre implica luz y taquígrafos: se puede hacer de espaldas, a oscuras y con un cristal de por medio:

Travis: Conocí a esta gente…
Jane: ¿Qué personas?
T: Una pareja. Estaban enamorados. La chica era muy joven, de unos 17 o 18 años. Él era bastante mayor, un poco salvaje y rebelde. Ella era muy guapa, ¿sabes?
J: Si.
T: Y juntos todo lo transformaban en una especie de aventura. Y eso a ella le gustaba, simplemente ir al supermercado estaba lleno de aventura. Siempre estaban riendo por bobadas. A él le gustaba hacerla reír, y no se preocupaban demasiado por nada más, porque lo único que querían era estar juntos. Siempre estaban juntos.
J: Suena a que eran muy felices.
T: Si, lo eran. Eran muy felices, y él… la quería más de lo que nunca creyó que sería posible. No soportaba estar lejos de ella durante el día cuando iba a trabajar. Así que dejaba trabajos solo para estar con ella en casa, y buscaba otro trabajo cuando se terminaba el dinero, y lo volvía a dejar. Pero al poco tiempo ella empezó a preocuparse.
J: ¿Por qué?
T: Por el dinero, supongo: no tener suficiente, no saber cuando llegaría el siguiente cheque.
J: Sí, ¡conozco esa sensación!
T: Así que él empezó a sentirse desgarrado en su interior.
J: ¿Qué quieres decir?
T: Bueno, se daba cuenta de que tenía que trabajar para mantenerla, pero al mismo tiempo no soportaba estar separado de ella.
J: Comprendo.
T: Cuanto más tiempo estaba lejos de ella, más loco se volvía. Solo que, en un momento determinado, se volvió loco de verdad. Empezó a imaginar todo tipo de cosas.
J: ¿Cómo qué?
T: Empezó a pensar que veía a otros hombres en secreto. Cuando volvía a casa, la acusaba de pasar el día con otro. Le gritaba y rompía cosas en la caravana.
J: La caravana…
T: Si, vivían en una caravana.
J: Perdone señor pero ¿estuvo aquí el otro día? Sin pretender ser chismosa…
T: No.
J: Ah, es que por un momento creí reconocer su voz.
T: No, no era yo.
J: A-ha, continúe, por favor.
T: La cosa es que él empezó a beber mucho, y a llegar tarde para ponerla a prueba.
J: ¿Qué quiere decir con ponerla a prueba?
T: Comprobar si se volvía celosa.
J: A-ha.
T: Quería que se volviese celosa, y no lo conseguía. Simplemente se preocupaba por él y eso le volvía más furioso.
J: ¿Por qué?
T: Porque pensaba que si ella no tenía celosa era porque realmente no le importaba. Los celos eran la señal de su amor por él. Entonces, una noche, una noche ella le dijo que estaba embarazada. Estaba de 3 o 4 meses y él ni siquiera lo sabía. Todo cambió de repente, dejó de beber y consiguió un trabajo fijo. Ahora estaba convencido de que le amaba, porque estaba embarazada de su hijo. E iba a dedicarse a formar un hogar para ella. Pero empezó a ocurrir algo raro.
J: ¿Qué?
T: Ni siquiera lo notó al principio, pero ella empezó a cambiar. Desde el día en que nació el niño se irritaba con todo lo que la rodeaba, se enfadaba por todo. Incluso el niño le parecía una injusticia. Él seguía intentando que todo fuera bien para ella: le compraba cosas, le invitaba a cenar una vez por semana, pero nada parecía satisfacerla. Durante dos años, luchó por volver a estar tan unida ella como cuando se conocieron. Pero, finalmente, supo que eso no iba a funcionar. Así que volvió a la bebida, pero esta vez la situación se volvió insoportable. Ahora, cuando llegaba tarde a casa, ella ya no estaba ni preocupada ni celosa, sólo enfurecida. Le acusaba de tenerla cautiva por haberle obligado a tener un hijo. Le dijo que soñaba con escapar. Eso era lo único con lo que soñaba: escapar. Se veía a si misma corriendo por la noche desnuda por una autopista, atravesando los campos y los cauces de los ríos, siempre corriendo. Y siempre,  cuando estaba a punto de conseguirlo, él aparecía, y de alguna manera le impedía continuar. Simplemente aparecía y le hacía detenerse. Y cuando le contó estos sueños, él los creyó. Supo que tendría que detenerla, o le dejaría para siempre. Así que le ató una campanilla al tobillo para poder oírla si por la noche se levantaba de la cama. Pero ella aprendió a silenciar la campana rellenándola con un calcetín. Arrastrándose poco a poco fuera de la cama hacia la oscuridad de la noche. Una noche la descubrió cuando se cayó el calcetín, y oyó cómo intentaba correr hacia la carretera. La atrapó, la arrastró hasta la caravana y la ató a la cocina con su cinturón. La dejó allí y volvió a la cama, y se acostó, escuchándola gritar. Entonces escuchó gritar a su hijo, y se sorprendió a si mismo porque ya no sentía nada. Lo único que quería era dormir. Y, por primera vez, deseó estar lejos de allí. Perdido en un vasto país donde nadie le conociera, un lugar sin lenguaje, ni calles. Y soñó con ese lugar sin conocer su nombre. Y cuando despertó, estaba ardiendo. Llamas azules quemaban las sábanas de su cama. Corrió a través de las llamas hacia las únicas dos personas que amaba. Pero se habían ido. Sus brazos estaban ardiendo, así que se lanzó afuera y rodó sobre el suelo mojado. Luego corrió. Nunca miró atrás hacia el fuego. Sólo corrió. Corrió hasta que el sol salió, y ya no pudo correr más. Y cuando se puso el sol, volvió a correr. Siguió corriendo así durante cinco días, hasta que todo signo humano hubo desaparecido.

©charlie llewellin - http://www.flickr.com/photos/charliellewellin/92268280/

Con ese careto feo sin paliativos nos convenció en «Alien» de que los currelas seguirán siendo currelas en las naves espaciales (con su colega Yaphet Kotto daba la impresión de integrar el Comité de Empresa en el ), y que también entre los pacíficos Amish hay psicópatas sedientos de sangre («Seven psycopaths»). Acompañó a John  Huston en una de sus más peculiares películas («Wise Blood»), y a Peckinpah en la cumbre del western crepuscular («Pat Garrett & Billy the Kid»). Y, sobre todo, demostró que un actor puede dejar una marca indeleble en una película con una aparición de 2’25» en pantalla y un diálogo de exactamente 16 palabras, en el sublime final de «The Straight Story»:
¿El mejor homenaje póstumo? Posiblemente este reportaje publicado en The Guardian en noviembre de 2013: https://www.theguardian.com/film/2013/nov/23/harry-dean-stanton-interview
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