En marzo se cumplirán 78 años del estreno de «La Diligencia«, la película que consagró a John Ford como el director de westerns por excelencia. El paso del tiempo la ha convertido en una indiscutible obra maestra, pero algunos de sus pasajes han evolucionado de una manera bastante peculiar, seguramente imprevisible para su autor. El tiempo no pasa en balde, y menos en el ámbito de la comunicación humana: a menudo lo que ayer era adecuado hoy es políticamente incorrecto, lo que era gracioso pasa a ser patético, y lo trágico puede llegar a convertirse en ridículo, y lo dramático en risible.
No diré que este mítico viaje en diligencia a través de Monument Valley haya perdido vigencia o valores artísticos, pero hay un detalle de la historia que a uno le deja patidifuso cuando se visiona la película a pocos días de la toma de posesión de Donald Trump. Me explico.
La película se filmó nueve años después del crack de la Bolsa en 1929 (o sea, los mismos que han transcurrido desde la gran crisis financiera de 2008, cuyas consecuencias aún padecemos). En los Estados Unidos aún se vivía bajo la sombra de aquel terremoto bursátil que desarboló las economías más prósperas del mundo, y cuyas terribles consecuencias sociales retrató el propio Ford en «Las uvas de la ira«.
Ideológicamente, el director se movía entre dos aguas: de un lado, las «amistades peligrosas» de un grupo de colegas de francachelas extremadamente reaccionarios (como uno de sus actores-fetiche, Ward Bond, o el propio John Wayne que protagonizó la película que hoy nos ocupa), ideológicamente para-fascistas, al decir de algunos; por otro, una apasionada defensa de la libertad, que le llevó a levantar la voz en favor de Joseph L. Mankiewicz cuando éste era acusado de comunista por un pope del Hollywood más reaccionario –Cecil B. DeMille– en plena época de la Caza de Brujas promovida por el senador McCarthy.
Pero, de la misma manera que hay un Ford fascinado por el militarismo y abonado a las posiciones más conservadoras del Establishment de su país, hay otro que se rebela contra los excesos del capitalismo más montaraz, y se alinea en la defensa de los más desfavorecidos, de las víctimas del sistema. Es esa vena que fustiga a los plutócratas la que aparece en «La Diligencia» bajo la apariencia de uno de los ocupantes del carromato, el banquero corrupto Ellsworth Henry Gatewood, interpretado con propiedad por Berton Churchill. Se trata de un tipejo que huye de su pueblo con el dinero robado a su propio banco, y que al mismo tiempo no tiene empacho en dar todo tipo de lecciones de ética a sus compañeros de viaje.
Es precisamente una de estas filípicas la que adquiere una nueva perspectiva a la luz de la actualidad política norteamericana de comienzos de 2017:
Es increíble la impertinencia de ese joven teniente. ¡Se va a enterar ese novato! Voy a dar parte de él en Washington. Pagamos impuestos al Gobierno, ¿a cambio de qué? ¡Ni siquiera protección por parte del ejército! No sé qué se propone el gobierno. En vez de proteger a los empresarios, mete su nariz en las empresas. ¡Si hasta incluso hablan de introducir inspectores en la banca! ¡Como si los banqueros no supiéramos como llevar nuestros propios bancos! Imagínese, Boone, hasta he llegado a recibir una carta de un funcionario, jactándose de que que van a inspeccionar mis libros de cuentas. Tengo un lema que debería figurar en las cabeceras de todos los periódicos del país. ¡América para los Americanos! El gobierno no debe interferir en los negocios. ¡Que reduzcan impuestos! Nuestra deuda pública es asombrosa. ¡Más de mil millones de dólares cada año!
¡¡¡LO QUE ESTA PAÍS NECESITA ES UN EMPRESARIO COMO PRESIDENTE!!!
El alcohólico matasanos que también viaja en la diligencia le da la réplica con un contundente: «Lo que este país necesita son más cogorzas«, pero en este momento histórico a uno se le hiela la sangre viendo cómo lo que era la caricatura de un acaudalado y mezquino delincuente ha pasado a convertirse en el modelo electoral triunfante en el país más poderoso y desarrollado del planeta.
Para no acabar con una depresión del 15, concluyamos con un tributo a quienes a su vez homenajearon reiteradamente el cine de Ford con formato de comic: Morris & Goscinny, creadores de Lucky Luke. El dibujante belga y el guionista francés -sí, el mismo que creó junto a Uderzo a los irreductibles galos de la aldea de Astérix– se inspiraron una y otra vez en las películas y en la estética del director norteamericano. Y, en una de las aventuras del cowboy que dispara más rápido que su sombra -y al que la corrección política obligó a sustituir el cigarrillo liado por una bucólica pajita-, la referencia fordiana se hace especialmente evidente, empezando por el propio título del álbum.